Que vengan las luces y,
empujadas por el brío de caballos de aire,
me traigan un reloj sin tiempo,
que estoy evocándolo hace varios soles.
Necesito que pronto se lleve consigo todo rastro de lunas a medio llenar,
las que no hacen más que esperar a que les vaya la vida,
y de pasada, sepan también
que estoy cansada de escuchar en mi ventana el llanto de los árboles
que, agonizantes, lanzan sus ramas hacia la ventana para ahorcarme
mientras las cortinas se acercan y las sábanas me hunden en la cama.
Q u i e r e n l l e v a r m e c o n e l l o s . . .
tienen todo planeado, saben que quiero despertar de esta pesadilla
que no acaba, que no se acaba...
Para lograrlo, de una vez por todas,
me toman y llevan a una inmensa y desierta playa sucia,
con una arena muy oscura que, sin darme cuenta, me baña los pies.
Inmensa e interminable, llena de soledad,
los pasos se hunden en un eco profundo,
y en la orilla,
los animales muertos, la sangre pegada.
En un momento se acerca ese mar enfurecido
un rugido anucia la venida de una ola
que, precavida, se esconde muy cerca de la arena,
le susurra algo y de pronto s a L TA,
y-me-sigue-para-hundirnos-juntas-de-una-vez-por- t o da s.
De pronto, un parpadeo, abro los ojos
y sobre mí, un brillo enceguecedor.
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Hace 7 años
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