Has llenado mis días de alegría, con esa sonrisa que de a poco se ha ido poblando de hermosas e ínfimas perlitas de leche. Mi corazón explota de amor cuando te miro, cuando siento tus manitos infladas y tibias tocando mi piel. Me has convertido en madre y contigo he mudado de piel, tal como otras veces ya había pasado, pero esta vez fue diferente, porque tu existencia que requiere mi absoluta presencia me ha hecho estar plenamente consciente de este vínculo, de tu cuerpo y mi cuerpo separándose en el tiempo, y a la vez, del cultivo de un amor inmenso que crece todos los días, por ti; ser sorprendente, mutante, maravilloso.
Aún me me cuesta creer que te tuve dentro de mí como una semilla que se extiende y encuentra entre un universo de improbabilidades, la capacidad de germinar, de enraizar y volar.
Hoy tienes 10 meses respirando en este mundo, abordando con tu cuerpo cada centímetro de realidad, abalanzándote sobre los objetos motivada por esa personalidad valiente, arriesgada, alegre y curiosa que te caracteriza, mirando con atención y profundidad a través de esos ojitos negros, y siguiéndonos a paso firme y decidido, pero a la vez, encontrando la distancia necesaria para abrir tus alas.